lunes, 27 de abril de 2009

La sangre altera.

Puesto el sol en las aceras y sacados los bares a las plazas, María Milagros se prendía la primavera a la falda y le ganaba terreno a la dictadura de la ropa centímetro a centímetro. Acompasaba pasos con latidos. Quién no iba a querer mirarla por la calle.

lunes, 13 de abril de 2009

La puerta.

La puerta era sencilla, sin relieve, de madera y barnizada, sin otra particularidad que la chapa bajo la mirilla. Una puerta, hubiera pensado ella si la sangre no se le hubiera helado al tropezarse con la casualidad de su nombre grabado en la chapa. Casilda Alegre. Hay pocas personas que se llamen Casilda Alegre, y muchas menos puertas. La encontró al resguardo de una calle cochambrosa de paredes sucias y balcones oxidados. Una puerta limpia. La miró como si se enfrentara por primera vez al espejo y decidió que era suya. Se acercó, la acarició y pegó la oreja esperando escuchar algo que le resultara familiar o revelador. Nada. No se oía nada. Ni siquiera el trajín de lo doméstico. Pareciera una puerta hueca. Una Casilda hueca. Qué se hace con una puerta que es tuya. Se sintió tentada a llamar, pero le invadió de pronto el pánico de encontrarse ante una estancia vacía. Una puerta con tu nombre debe blindar tus minucias y grandezas, y el vacío era lo más desolador que podía imaginar tras ella, así que, despidiéndose con el temor de no encontrarla al día siguiente, se fue con la intención de pensar cómo y cuándo quería desenvolverla.

Las puertas no desaparecen de las calles de un día para otro y, cuando Casilda Alegre regresaba del trabajo por ese entramado de callejuelas deshechas, la puerta apodada Casilda Alegre estaba en el mismo sitio que el día anterior. Respiró aliviada y pegó de nuevo la oreja. Música. Acordes alegres y risas. Agudizó el oído con el fin de encontrar frases, palabras y voces, pero sólo oía las risas. Se sintió optimista y orgullosa de poseer una puerta como esa. Quiso llamar, entrar y henchirse diciendo, mirad, esta es mi puerta y todo el jolgorio que encierra soy yo, pero, ¿y si no era realmente su puerta? Imaginó una Casilda Alegre, más alegre, más guapa y más viva que ella, diciéndole con voz encantadora y una sonrisa en los labios, cómo pudiste, Casilda, pensar que esta puerta era tuya. Definitivamente no era un buen día para entrar.

No llovía el día que Casilda Alegre se paró por enésima vez frente a su puerta, pero bien pudiera haberlo hecho. La primavera pugnaba por reventar en los balcones de la enrejada callejuela pero la madrugada de insomnio había torturado a Casilda con todas las horas en punto y el espejo había sido sátiro esa mañana. La triste Casilda Alegre. Hoy la vida era una mierda y cualquier puerta hubiera guardado nadiesmequiere y estoysolaenelmundo. No obstante, siguiendo su costumbre, pegó la oreja a la madera. Era tan sutil, que a Casilda le costó hilar el sonido de un llanto. No era un llanto a pulmón, sino uno de esos discretos, de los que se lloran cuando ya se ha llorado mil veces. De los que tatúan una pena dejando una arruga amarrada al ojo. Anegado el ánimo, Casilda Alegre compuso todos sus nudillos en un puño hueco. Toc, toc.


miércoles, 1 de abril de 2009

Buenos días.

Me folla. Está imponente, un adonis de bronce. Vanidoso en sus envites, suficiente en su gesto. Poderoso. Mantiene su gobierno, soberano, a constante ritmo creciente. Soberbio. Me invade, me sacude, me quiebra y me vence. Tras caer yo, se inmola desplomándose sobre mi espalda rota. Invertebrado me cubre y expía culpas con labios de seda, besando perdones por toda mi espalda. Sonrío. Ahora sí, y al oído, buenos días.