Se llama Benito, pero ya nadie se acuerda. Apenas era un niño cuando ya perdió el nombre. Fue Julián, el rubito de la clase, el de la mirada angelical y la intención de diantre, que solía tener cosas de peón caminero. Le tiró un playmobil con tanta saña y puntería, que desde ese día pasó de ser Benito a ser “El Tuerto”. Y a vagar de médico en médico, y de prótesis en prótesis, y de sorna en sorna, y de mirada compadecida en mirada compadecida. Fue cuando estuvo ya harto de todo cuando, a modo de broma cínica, se compró el parche. Queréis un tuerto, pues vais a tener un tuerto. Y se lo puso de fieltro negro, atado con una cinta a la cabeza. Como un pirata. Fue entonces que empezaron a llamarle Patapalo. Benito, entusiasmado, se dejó el pelo largo y barba. Hasta se compró un loro. Porque a la gente, con la tontería, se le había olvidado eso de “El Tuerto”. Y qué más le da que le llamen Patapalo. Si total, no está cojo.
lunes, 25 de octubre de 2010
lunes, 4 de octubre de 2010
De cenicientas exigentes.
El príncipe, guapo a rabiar, le sonríe mostrando la ristra de perlas blancas de su boca. Eres tú, exclama haciendo una grácil reverencia. Voz suave y varonil. Brillantes mallas que le vienen como un guante, marcando gluteos, cuadriceps, gemelos. Pelo sedoso. Aliento fresco. La muchacha harapienta se mira el pie y le devuelve la sonrisa. Demasiado tacón, y el material de cristal no es nada cómodo, pero no hay duda de que es de su número. Y por él no le importaría ir dando todo el día taconazos por el reino. Las dos hermanastras dan un gritito y se abrazan dando saltos. Al principio habían puesto mala cara, pero ahora empieza a seducirles la idea de tener a disposición una habitación de invitados en palacio. La muchacha harapienta sale corriendo - como buenamente puede, pues tan sólo lleva puesto un tacón -, se mete en la habitación contigua y vuelve a salir apenas unos segundos después llevando en la mano un zapato viejo con un par de remiendos, la suela gastada y los cordones rotos. Se acerca al príncipe y, con gesto emocionado y las mejillas sonrosadas, le extiende el ajado zapato. Te toca.
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