martes, 1 de junio de 2010

Aquellas musas tristes.

El escritor empieza a jugar con el bolígrafo que tiene entre las manos. Garabatea dos palabras. Con letra guarra. De ésta que no se entiende. Las tacha y empieza una frase. La tacha y empieza otra. La tacha y empieza un dibujito abstracto de espirales y trazos. Hojea sus notas y subraya alguna reiterativamente, buscando seguir algún hilo. Suelta el boli con desgana y se levanta de la mesa. Coge de la estantería un ejemplar de su último libro publicado y lo abre por una página al azar. “Poema sin rastro de ti”. Lo lee. Es jodidamente bueno. Hasta doler. Cierra los ojos. Se concentra. Intenta evocar la tristeza. (Todo es negro, todo es negro, todo es negro). Se hace un ovillo en la cama. (Todo es negro, todo es negro, todo es negro). Suena un mensaje en el móvil. Da un respingo y se lanza al escritorio a por él. Antes de abrirlo ya sonríe. Puñetera felicidad.