miércoles, 14 de julio de 2010

Centellas.

Noche cerrada. La tormenta ruge y aporrea furiosa los amplios ventanales de la estancia donde ellos se acarician. Cada relámpago los fotografía desnudos y jadeantes. Ella sobre Él. Él arañándole la espalda. Ella a cuatro patas. Arriba. Abajo. Cada flash los sorprende en un delirio. Él aferrado a sus caderas. Él agarrándola del pelo. Los truenos acompasan sus gemidos. Ella conteniendo las envestidas. Ella mordiéndose el labio y apretando con los puños cerrados la sábana. No les importaría morir con el último rayo. Ella sacudiéndose espasmódicamente. Él con los ojos vueltos. Ella abatida sobre su pecho. Él fumando un cigarrillo mientras le acaricia la espalda. Dos colillas - una aún humeante - en el cenicero. Lo siento, cariño - lo de cariño es un decir -, pero mañana madrugo. Él se viste despacio, remoloneando, haciendo tiempo por si aflorara en Ella la piedad. Espera, le dice cuando está a punto de salir. Él se vuelve esperanzado. Ella saca del cajón un paraguas. De esos plegables que caben en un bolsito. Amarillo con flores blancas y rojas. Te lo regalo. Y le sonríe. Él lo coge, intenta devolverle la sonrisa con una mueca mal conseguida, y abre la puerta de la calle. Joder, qué forma de llover.

viernes, 2 de julio de 2010

Demodé.

La ruidosa estancia ha quedado de repente en absoluto silencio. El repiquetear de las copas y el murmullo animado de la conversación han quedado suspendidos. Todos la miran con sorpresa, y algunos hasta con cierta expresion lastimera. A la señora de la pamela beige se le escapa un Jesús Bendito. El señor del monóculo carraspea. La dama del vestido de gasa con motivos florales se santigua y le dice algo al oído al joven del chaleco de pata de gallo. Martín, el pobre, que nunca se entera de nada, no sabe de qué va el asunto. ¿Qué ha pasado?, pregunta al anonadado caballero de su derecha. Que la chica dice que no tiene Facebook.