miércoles, 27 de mayo de 2009

La antípoda de mi cama.

Ahí, al otro lado, yace su cuerpo desnudo. Respira despacio, con la misma monotonía con la que todo lo hace, con la mecánica cadencia de las horas. Apenas me maltoca, se aleja a dormir a su orilla. Ya no es quien era. Yo puedo imaginar dentro de él el cadaver descompuesto de aquel al que quiero, el que una vez estuvo, que tanto y tan poco se parece al desconocido que comparte hoy mi cama. Puedo sentir el hedor. O quizá, en sus entrañas, retorcido de dolor aún agonice. Mi niño. Le desprecio porque lo mata poco a poco. O porque ya lo ha muerto. Cierro los ojos, haciendo un esfuerzo para dormir. Quiero estar de él a la abismal distancia que separa su sueño del mío.

jueves, 21 de mayo de 2009

Yo no soy tonto.

- ¿Acaso te crees que soy gilipollas?

La pregunta retórica del millón. Con su entoncación de suficiencia y la intención de salvarme la vida si le digo lo que quiere oír. Sin duda, era un grandísimo gilipollas.

- No, claro que no.

Pensé en la de veces que un gilipollas me había echo la misma pregunta. Pensé en la de veces que yo mismo había hecho la misma pregunta a alguien. Nunca nadie me ha contestado que lo soy.
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jueves, 14 de mayo de 2009

La Estaca.

- Aquello era descomunal. Hasta me pidió disculpas y todo.

- ¿Cómo de descomunal? ¿17 centímetros? ¿20? ¿25? ¿metro y medio?

- Yo qué sé. No suelo llevar la cinta métrica a mano.

- ¿Y en puños?

- Usando mis dos puños todavía sobraba un cojón.

- ¿Y un cojón podría ser un tercer puño?

- No era plan de pedirle prestado uno de sus puños para hacer las comprobaciones pertinentes. Pero sí. Podría. Perféctamente.

jueves, 7 de mayo de 2009

Nada.

Anoche tuve un sueño. Moría.
De nada en especial. Moría porque sí, porque tenía que morir. No hacían falta más razones. Me tocaba y punto. Lo supe apenas aquello – que aunque iba sin guadaña y sin capa negra y no parecía ser nada, debía ser la muerte – me tocó levemente el hombro. No me asustó ni me pilló de sorpresa. Era así y ya está. Morir era sencillo; unos pasos por delante de mí el suelo perdía la consistencia sólida y se convertía en una especie de puerta virtual, y morir consistía en lanzarse allí como si de una piscina se tratara.
Y lo hice.
Un leve cosquilleo en el estómago al principio y nada más. Absolutamente NADA. Un caer que no era hacia abajo, ni hacia arriba. Que ni siquiera era caer, porque caer no existía. No llegabas a ningún sitio, ni te movías, ni estabas quieto. Ni juicios finales, ni paraísos, ni avernos. Todo eso era mentira. Y lo que había sido tu vida se hacía pequeño y se esfumaba pero, aunque no quedaba rastro, no era olvido. Y no eras feliz, ni infeliz, porque simplemente no eras. Y no te preocupaba no ser, ni estar, ni que fuera a ser también así mañana, porque el tiempo era absurdo y la idea de eternidad ridícula. En mi sueño, morir fue estupendo.
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